La ópera es
una representación escénica: una comedia, un drama o una tragedia en la que los
actores no hablan sino cantan. Como en toda representación teatral, debería
haber una armonía, una fluida concurrencia entre la voz, la actuación y la
puesta en escena. Sin embargo, es excepcional encontrar un cantante que a su
vez actúe bien. Lo más común es que deje este aspecto tan de lado que apenas
maneje unos mínimos cliches para representar los diversos estados de ánimo: un
gesto para la alegría, otro para la tristeza, para la picardía, para la
gravedad, etc, siempre exagerados y acompañados de pomposos movimientos, que es
propio de quien no sabe actuar sobreactuar.
Agregue
usted que la escenografía, que debería guardar correspondencia con lo que se
representa, ya se ha ido convirtiendo casi sin excepción en campo de cultivo
para las más mediocres extravagancias, que no suelen guardar relación alguna ni
con la obra ni con el buen gusto (y que no se diga que el autor no da
indicaciones precisas). Podríamos considerarlo pasarse de raya lo que mi padre
me contó de una representación de la Walkiria en el Teatro Colón en la que
Brunilda aparece en escena montada a caballo. A caballo, pero montada en un
caballo de verdad. Del hiperrealismo al disparate, en una representación de
otro drama musical de Wagner, no recuerdo cual, el misansenógrafo nos hace
aparecer a un tenor, maduro y escuálido, vistiendo sus peludas y fibrosas
piernas con liguero y medias negras. ¡A cuánto ha podido llegar la depravación
del alma humana!
Así las
cosas y en lo que a mí respecta, mejor
me quedo en mi casa escuchando discos.
Ángel
Matiello fue, sin duda, el mejor barítono argentino y uno de los mejores del
siglo XX y una rara avis en el
ambiente operístico, pues era también un excelente actor.
Aunque
nacido en Vicenza, Italia, emigró muy joven a Argentina. Se formó musicalmente
en la escuala de canto de la soprano alemana Editha Fleischer, con el pianista argentino Luis La Vía y estudió
en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón de Buenos Aires, en el que
debutó en 1939.
Cantó en las
principales salas de América, Europa y los EE.UU con un repertorio que
abracaba desde la música pre-barroca
hasta la contemporánea, bajo la batuta de Erick Kleiber y Karl Böhm entre
otros. En 1950, bajo la dirección de Wilhelm Furtwängler, cantó en La Scala en El Oro del Rihn.
Dedicado
también a la música de cámara, el musicólogo Kurt Pahlen lo consideraba uno de
los cuatro grandes baritonos mundiales de su tiempo en el canto de Cámara,
junto a Gérard Souzay, Herman Prey y Dietrich Fischer-Dieskau.
Por su amplia labor tanto de cantante como de maestro recibió numerosos premios, entre ellos "El Mejor Cantante Argentino del Año" y el "Mejor Liederista" de la Asociación de Críticos y "Glorias de la Cultura Nacional" de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y el Premio Konex de platino 1989: Cantante Masculino.
Por su amplia labor tanto de cantante como de maestro recibió numerosos premios, entre ellos "El Mejor Cantante Argentino del Año" y el "Mejor Liederista" de la Asociación de Críticos y "Glorias de la Cultura Nacional" de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y el Premio Konex de platino 1989: Cantante Masculino.
Murió en
Buenos Aires en 1992.
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